martes, 14 de julio de 2009

Del pasado efímero - Más de 100 años de "acuerdos"

Uno de los hechos recurrentes en nuestra historia política se refiere a los acuerdos concretados entre el Partido Colorado y el Partido Blanco o Nacional, involucrando total o parcialmente a dichas colectividades. Presentamos una visión panorámica para ponernos al día en un tema de actualidad.

Los acuerdos en la época “bárbara”

Remontándonos a esa especie de edad media nacional que va desde 1830 a 1876, edad media en la que surgieron las divisas sobre la base de simples personalismos con sus respectivos círculos de ambiciones bien amartilladas en derredor de los caudillos. A partir de ese origen iban a desarrollarse hasta alcanzar la categoría de partidos políticos. Pocos años después y con varios miles de muertos a cuenta de sus “patrióticas” intransigencias, podemos establecer los primeros ensayos acuerdísticos. En ese sentido, Fructuoso Rivera, el voluble caudillo colorado, fue un precursor. En efecto, en medio del Sitio Grande, corolario de la guerra que alegremente ayudó a desatar en el Río de la Plata, pretendió solucionar el conflicto por el simple expediente de abrazarse con el intratable Manuel Oribe. El resto de los correligionarios de Frutos, especialmente los jóvenes colorados montevideanos no estaban de humor para tomarse con calma la propuesta del caudillo y lo desterraron al Brasil, comenzando así el rápido ocaso de uno de los responsables de la creación de las divisas. Años más tarde, en 1855, se concretó el denominado “Pacto de la Unión”, establecido entre el caudillo blanco Manuel Oribe, en el momento de su decadencia final, ya muy enfermo de tuberculosis, y el ascendente cuan saludable similar colorado, Venancio Flores. Enemigos irreductibles hasta 1851, ambos pactaron para salvar al país de una nueva guerra civil que pudiera degenerar en nuevas y fatales intervenciones extranjeras. El pacto en realidad, fue contra el otro sector de la dirigencia política, los “doctores” que propugnaban la política de “fusión” tendiente a hacer desaparecer divisas, coloradas y blancas, a las que responsabilizaban, no sin razón pero con fingida inocencia de su parte, de todos los males del país. A la larga el beneficiado por estos acontecimientos será Venancio Flores y el Partido Colorado, a quienes en definitiva no importarán guerras e intervenciones (argentinas y brasileras) con tal de afirmar su dominio y el de su colectividad.

El fracaso de este primer acuerdismo traerá como resultado las revoluciones blancas de 1868 (liquidada en un día, con caudalosos derramamientos de sangre) y la mucho más importante de 1870-1872, al mando de Timoteo Aparicio. El fin de esa sangrienta guerra civil justamente lo dará la llamada “Paz de Abril” de 1872: en un acuerdo verbal – ya que no se podía poner por escrito pues estaba viciado de inconstitucionalidad – se estableció que los blancos recibirían cuatro jefaturas políticas y a partir de ese hecho podrían tener gobiernos departamentales, senadores y diputados. Fue un procedimiento “bárbaro” para poder ir encarrilando la vida política por senderos que no implicasen forzosamente el enérgico entredegollamiento al que se dejaban llevar ambas colectividades con singular entusiasmo. El camino a recorrer iba a ser muy largo, pero principios requieren las cosas...

La modernización y después

Ese tipo de acuerdo volvió a renovarse luego de la revolución de Aparicio Saravia en 1897, contra el corrupto gobierno colorado de Juan Idiarte Borda, cuyo asesinato en circunstancias oscuras para la interna colorada, abrió el camino de una paz muy reclamada por un país que ya había salido de la edad media para estar en una modernidad controlada por Gran Bretaña y muy exigente desde el punto de vista de estancieros, banqueros e industriales.

El Pacto de la Cruz implicó insistir con el principio del reparto de jefaturas, lo que evidentemente le dio un carácter de enorme precariedad para el futuro. De quién fuera presidente en 1903 iba a depender la longevidad de un acuerdo, cuyo fundamento era transitorio ya que debía permitir la edificación del sistema político democrático del Uruguay. Un sistema reclamado por los blancos desde el llano y esquivado, con mayor o menor elegancia, por una dirigencia colorada cómodamente enquistada en los resortes del poder estatal.

Precisamente, José Batlle y Ordóñez electo presidente en 1903, enemigo jurado del Pacto de la Cruz, realizó todas las actuaciones tendientes a provocar una nueva revolución de Aparicio Saravia y la bala disparada por un maúser oficialista en el atardecer del 9 de setiembre de 1904 en las anfractuosidades de Masoller, liquidó el pleito y abrió un abismo entre blancos y colorados, hasta que...

Fundando la democracia: el pacto de los “8”

Bien ..., los abismos en política pueden llegar a cerrarse con mayor o menor rapidez, y el Uruguay no fue una excepción. En momentos en que entramos ya en nuestra época contemporánea llegamos a 1917, año fundacional de nuestro sistema político democrático mediante el “acuerdo de los 8”, en que doctores colorados y blancos, destrabaron la imposible situación de una Asamblea Constituyente dominada por los blancos y los colorados antibatllistas opuesta a los poderes constitucionales (de la de 1830 que se quería justamente reformar) dominados por el coloradismo manejado con férrea mano por José Batlle y Ordóñez. Aplicando trapisondas politiqueras de diverso calibre, entre las cuales se destaca la “amenaza” de una tercera presidencia del implacable presidente colorado que horrorizaba a los políticos blancos, aquel logró imponer una negociación, donde surgía la aceptación del gobierno colegiado por parte de quienes habían vituperado contra él, al tiempo que hacían ingentes esfuerzos para fortalecer el cargo de Presidente de la República, cuyos ostentosos poderes en la anterior constitución habían denostado como tiránicos. El resultado fue un emplasto constitucional, con el poder ejecutivo bicéfalo preñado de peligros para cuando el país navegase en las encrespadas aguas de crisis económico-sociales inexorables. Por añadidura la Constitución que entró a regir en 1919 aportó grandes avances democráticos que obligaron a un acelerado “aggiornamento” de los partidos políticos y las prácticas electorales, hasta entonces viciadas de fraudes variados.

“Acuerdos”, más “acuerdos”, siempre “acuerdos”: el Estado y sus achuras.

La complejidad de la vida política nacional en los años ’20 y comienzo de los años ’30 nos permite llegar al acuerdo de 1931, denostado por Herrera que quedó afuera, como el “pacto del chinchulín”, celebrado entre batllistas y nacionalistas en disidencia con el nuevo caudillo civil. El interés del mismo radica en que a raíz de las fracturas internas de cada Partido o Lema, como también pueden llamárseles con más precisión, el batllismo no contaba con mayorías parlamentarias para llevar adelante las reformas con las que creía poder combatir los efectos de la depresión mundial de la época que nos golpeaba duramente. El acuerdo con los nacionalistas no herreristas, que permitió entre otras cosas la creación de ANCAP, tuvo la originalidad de tener precio: a cambio de votos hubo reparto en la administración pública, un bocado siempre apreciado por nuestras fuerzas políticas para poder contemplar a “correligionarios y amigos” fieles a la “causa”. Esto fue lo que irritó a Herrera y motivó el irónico calificativo que ha pasado a la historia.

Pero a no creerse que Herrera era principista. Partidario de una salida distinta para la crisis, de neto corte conservador, desde enero de 1933 buscó un acuerdo con Terra, para pasarle por arriba a la consitución vigente. En el cálido verano montevideano, Herrera le dijo al presidente, que empezaba a transitar el corto camino que conduce del batllismo al terrismo: “Lo haces tú o lo hacemos nosotros”. De lo que se trataba era de “hacer” el golpe de Estado. A partir de allí se avanzará hacia acuerdos cada vez más estrechos que culminando en la Constitución de 1934 (“la de Bomberos”) establecerá en la carta Magna la llave maestra del pacto, cual fue el senado de 15 y 15 o de “medio y medio” como lo bautizó la sabiduría popular, que sabía degustar el aperitivo de moda y a su calorcito analizar la política nacional. El pacto del chinchulín empalideció frente a tan suculenta parrillada que institucionalizaba por largo tiempo el sistema de reparto en todos los niveles. Pero ahora, para los artífices del “marzismo” ( los partidarios del golpe de estado del 31 de marzo de 1933) , era todo patriótico...

“Como el Uruguay no hay...”: todo es posible.

Y como patriótico también fue presentado otro acuerdo que, andando el tiempo y las aguas bajo los puentes, se planteó en 1947, cuando la parca inexorable que se llevó a Tomás Berreta permitió que accediera a la presidencia de la República Luis Batlle Berres. En este caso el interés radica en que Batlle Berres, al frente de su Lista 15, permanentemente jaqueado por sus primos de “El Día” y otros supervivientes de oscuras épocas de gobiernos colorados, no las tenía todas consigo en el ámbito Parlamentario. En ese contexto Herrera aprovechó la bolada para terminar de salir del ostracismo en que lo había dejado su discutida posición durante la guerra mundial (en que fue acusado de filo-nazi) y llegar a un acuerdo con Luisito sobre la base de una “coincidencia patriótica”. Que fue totalmente efímera y que tiene el común denominador de haber funcionado también sobre la base del reparto de cargos, en un Estado que volvía a incrementarse con la “nacionalización” de las empresas que los ingleses nos retro-vendían un poco de “prepo” y que permitía crear directorios necesitados de personal para integrarlos de apuro. Era la época dichosa de “como el Uruguay no hay”...

De allí en más menudearán acuerdos, siempre al compás de los necesarios apoyos parlamentarios cuando no se tenían mayorías propias. Exceptuado el primer gobierno de los blancos, en que habían arrasado a los colorados en 1958, cuyos problemas derivaban más bien de la situación interna creada por la influencia deletérea del Sr. Benito Nardone dentro del Lema, todos los demás necesitaron de un modo u otro de llegar a un “acuerdo”, por lo menos con una fracción del lema adversario. Así por ejemplo, la “ 99” integrante del Partido Colorado, se “quemó” en 1963 al dar sus votos para la aprobación del Presupuesto manifestando que “primero está el país” y levantando la mano junto a los blancos ante la oposición en bloque de los demás colorados. Movimiento poco feliz que deberá pagar duramente en las urnas en las elecciones de 1966, donde se señaló el ocaso del grupo de Zelmar Michelini dentro del Partido Colorado...

Entre porrazos, golpes y machucones: “acuerdos”...

Durante el pachecato, el sector más reaccionario del Partido Nacional, con Martín Recaredo Echegoyen a la cabeza, se transformó en el apoyo “tranquilo” al desbordado gobierno del “Bocha”, al que dejaba hacer con la esperanza, luego desmentida, de cosechar cuando llegasen las elecciones de 1971.

El paréntesis de la dictadura terminó con otro “pacto” fundamental de la historia uruguaya, el del Club Naval en 1984. De enorme contenido polémico, colorados y frenteamplistas “pactaron” con los militares una salida que fue duramente criticada y resistida por el Partido Nacional liderado por Wilson Ferreira Aldunate, convertido en chivo expiatorio para los militares que iban preparando sus maletas y lo encerraron, cuando regresó al terruño, en un cuartel de Trinidad.

Con el primer gobierno Sanguinetti, surge toda la problemática de la “gobernabilidad” frente a unos militares todavía muy encrespados y que metían miedo, siendo amplificado este miedo por el siempre locuaz presidente de la República. El resultado fue redondo: los blancos, derrotados en las urnas, castigados por las duras condiciones impuestas a su líder, acompañaron aconsejados por un cambiado Wilson Ferreira, ya enfermo, medidas de gobierno cruciales, la mayor de las cuales, tal vez, fue la ley de caducidad, en el entendido de que si no lo hacían se venía otra vez el malón. Una vez atada y reatada la situación se encontraría el líder nacionalista, con la poco cortés afirmación del Presidente en cuanto a que, en esas tensas contingencias, nunca hubo riesgo de golpe de estado...

Apenas ayer: “acuerdos” para historiadores del siglo XXI

Durante el gobierno de Lacalle, los colorados volvieron a actuar con mucha autonomía y no demasiados respetos ante las variables parlamentarias, llegándose, finalmente, al último “gobierno de coalición” mantenido hasta el cuasi suicidio político por parte de Volonté, frente a un escurridizo Lacalle que trató de ser un poco más “vivo” en términos de política criolla. Aunque, en definitiva, la operación fue demasiado “quemante” para todos los políticos blancos, como lo prueba el resultado electoral de octubre. Para los colorados fue el negocio de la década, pues les permitió transitar un período de crisis, donde tuvieron que hacer beber la cicuta en varias oportunidades a sus gobernados, con la tranquilidad de tener siempre las espaldas bien cubiertas en el Parlamento.

Con la debida perspectiva, se podrá analizar en el futuro todo lo novedoso que encierra este último “acuerdo”, posterior al 31 de octubre de 1999,entre colorados y blancos, cuando comenzaron a digerir el “susto” que les dio el Encuentro Progresista-Frente Amplio, al tener que transitar en los andariveles impuestos por la necesidad del balotaje de la última reforma constitucional. Al parecer la originalidad radica en que se pacta “antes” para derrotar a alguien a quien se demoniza totalmente, al punto de llegar a confundir los lemas (teóricamente rivales) en un hecho totalmente inédito en nuestra historia política.

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