miércoles, 15 de julio de 2009

Del pasado efímero - ¿Te acordás de los porteños...ocupando el Liberaij?

LOS HECHOS, Y (CASI) NADA MÁS...

En realidad, ¿quién se acordaba? Primero una novela, “Plata Quemada” del argentino Ricardo Piglia y ahora una película, con el mismo nombre, muy publicitada, dirigida por el exitoso Marcelo Piñeyro, provocaron una progresiva vuelta al tapete, por lo menos para los uruguayos, del sonado caso, en su época, de los pistoleros argentinos. El problema es que tanto la novela como la película se apartan de la verdad de los hechos. Esto es algo habitual en la creación literaria, pero en el caso de Piglia, además de notorios anacronismos (ejemplo: la transmisión en directo por TV) y algunas desprolijidades en el relato (se confunden nombres y situaciones), aparece un último capítulo que puede ser engañoso para todos aquellos que se interesen por el tema: allí el autor pretende “documentar” la “realidad” en que se basa su novela con “hechos” y “fuentes” que nunca existieron...

La película de Piñeyro da un paso más, enorme, en el terreno de la ficción, alejándose no solo de la realidad de los hechos sino incluso del propio libro de Piglia. El director y su libretista, lo declararon expresamente: transforman personajes (caso Dorda, cambio fundamental; Malito) o los suprimen (por necesidades dramáticas o por contratar un actor español para un personaje); cambian situaciones, preocupados por hacer un film que tenga éxito en el mercado internacional; condicionados por sucesos argentinos recientes (el episodio del asalto en Ramallo; los turbios vericuetos de la política en ese país). Todo perfectamente legítimo desde el punto de vista artístico. Pero con eso, definitivamente, le están diciendo adiós a la verdad de los hechos que conmovieron a los uruguayos en aquel lejano 1965.
Hechos netamente menores, de crónica roja, pero que se sucedieron en un panorama político y social complejo, exacerbado, que logró potenciarlos (relativamente) a un plano que, con otras coordenadas, nunca hubiesen alcanzado.

1965, OTRO “AÑO TERRIBLE”...

Llevaba dos años el segundo gobierno de los blancos, a través del sistema colegiado de gobierno vigente desde 1952, oscilando entre efímeras políticas “desarrollistas” (influencia de la tan publicitada CIDE) y la vuelta al redil de las políticas “recomendadas” por el FMI, con sus habituales recetas generales.

El comienzo del tercer año se reveló particularmente duro por el sempiterno tema, sin solución, de la crisis económico-social. Crisis a la que la indiferente meteorología del Cono Sur daba una manito capaz de agravarla con una ruda sequía. Un verano implacable inauguraba lo que sería un nuevo “Año Terrible” para el Uruguay. La producción agropecuaria entraba (o seguía) en graves problemas que no hacían más que agravar todos los índices, titilando en rojo, de la política nacional. La inflación era rampante, con un 250% de devaluación del peso en un año. Y si la economía estaba mal, las protestas sociales no se daban tregua. Protestas que se formulan en un ambiente político enrarecido por diferentes versiones en torno a una salida golpista para la alicaída Suiza de América. El golpe de 1964 en Brasil tiene una importancia geopolítica indudable. No se trata solo de gritos de alarma formulados desde tiendas izquierdistas: en el Parlamento, colorados como Vasconcellos (Consejero de la minoría, en el Ejecutivo) o Flores Mora (legislador) plantean el tema con preocupación.

Pero el hecho más espectacular, lo dio la crisis bancaria de abril. La caída del Banco Transatlántico, seguida por un “crack financiero” generalizado, hizo que el Uruguay tuviera que vivir sin bancos desde el 21 de abril al 17 de mayo. La conmoción fue mayúscula; mientras se procesaba una verdadera “vendetta” entre los bancos, y se padecían los espasmos de un sistema que denunciaba muchas otras cosas poco edificantes: desconocidas prácticas fraudulentas salían a luz, (colaterales, carpetas “negras”); estafas lisas y llanas; figuras políticas comprometidas con operaciones “dudosas” y, en general, la evidencia de que el sistema financiero servía para los negociados de unos pocos. El sindicato de los empleados bancarios (AEBU) declaró la huelga para evitar corridas generalizadas, reclamando una reforma profunda del sistema. Paradójicamente esta huelga fue calificada de “decisión patriótica” por el Ministerio de Hacienda. En medio del escándalo mayúsculo, (se produjo la renuncia del Subjefe de Policía, Cnel. Martín , al parecer porque fuertes intereses políticos le impedían continuar con la investigación de la quiebra del Transatlántico), los uruguayos terminaron por perder lo que les quedaba de la “Suiza de América”. Lo que salió a luz fue una refinada hipocresía: mientras el temporal arreciaba, cariacontecidos gobernantes expresaban que se iba a “raspar hasta el hueso”; una vez que la situación se encarriló, más allá de alguna medida superficial, si te he visto no me acuerdo... El retorno a la normalidad, se hizo en un ambiente hipersensible que provocó una corrida sobre ciertos bancos (La Caja Obrera, fue la víctima principal). No obstante, los presidentes de 50 bancos privados crearon un “fondo común” para hacer frente a los “nerviosos” ahorristas que podían desestabilizar el sistema.

También comenzaba el empleo de las Medidas Prontas de Seguridad como un mecanismo normal para gobernar. Claro, estábamos en los inicios y las Medidas se mantenían por poco tiempo. Pero en esos pocos días... el gobierno les daba con todo a los dirigentes sindicales y a los huelguistas, con la dialéctica de hacerlos responsables de la crisis, contra la que se movilizaban los trabajadores y los estudiantes. Trabajadores, además, en proceso de unidad: desde el año anterior existía la C.N.T. y en agosto de 1965 se realizaría el Congreso del Pueblo. Trabajadores entre los que se contaron los cañeros de Artigas, con una problemática particular; con una dirigencia liderada por Raúl Sendic, que tenía discrepancias con la línea mayoritaria de la CNT y que a la postre se alinearía en el entorno del MLN, justamente formado en este año, a partir de una coordinación de grupos que preconizaban la lucha armada desde 1962.

Finalmente, en octubre, volvieron a regir las Medidas prontas de seguridad, en un clima conmovido por protestas sindicales. Centenares de detenidos. Denuncias de excesos policiales y de torturas. La actuación policial se ubicaba en el centro de la polémica. En la prensa se editorializaba, ya fuese para justificarla y elogiarla desde las columnas de “El País”, o, en el otro extremo, para criticarla acerbamente como en “El Popular”, en “Epoca” o en “Marcha”.

Por si fuera poco, la situación sanitaria generaba hondas preocupaciones: la rabia renacía como una amenaza. Se calculaba que entre 120 y 150 perros enfermos andaban sueltos por las calles. No era para tomárselo a la ligera; el año anterior había fallecido una jovencita de 18 años y en este nuevo año, fue víctima del temible fagelo un niño de 3 años. Mordidos por perros rabiosos.

Y entonces, llegaron los pistoleros argentinos...

SAN FERNANDO Y DESPUES...

Todo comenzó el 28 de setiembre, a las 16 y 15, en San Fernando, Provincia de Buenos Aires. Un asalto a los funcionarios que traían los fondos para pagar los sueldos de los empleados de la municipalidad, en una camioneta, desde el banco ubicado al otro lado de la plaza del pueblo. Los pistoleros en su acción evidenciaron un conocimiento minucioso de la operativa del traslado de fondos. ¿Fue un asalto entregado? ¿Por quién o quiénes? Desde el inicio las zonas oscuras del caso serán una constante. Los cuatro asaltantes actuaron con una decisión y saña excepcionales, incluso para los cánones bonaerenses. Tres muertos y un herido, entre empleados y custodias. El botín suculento: 7 millones de pesos argentinos (alrededor de $ 1:600.000 uruguayos). Violencia inusitada desde que comenzó el hecho hasta la accidentada, pero en definitiva, exitosa huida, a balazo limpio. Con esa forma de actuar, desde el vamos, quemaban las naves. Por añadidura se sospecha que habrían querido mejicanear a gente importante, esa que habría facilitado el asalto y que esperaban recibir su parte del golpe. Desaparecen. No se sabe cómo ni por donde, vienen al Uruguay. No obstante, estaban identificados: Roberto Juan Dorda , Marcelo Brignone , Carlos Mereles y Enrique Mario Malito. Los tres primeros son jóvenes, de poco más de 20 años. Dos por lo menos (Dorda y Brignone) ovejas descarriadas de buenas familias. Malito, de premonitorio apellido, es el jefe, algo mayor, astuto y conocedor de todas las mañas para sobrevivir en el peligro. Dotados con los atributos de exconvictos curtidos, dedicados definitivamente a la “mala vida”: asesinos fríos, drogadictos , homosexuales , fanáticos de las buenas “pilchas”, la vida fácil, la “garufa” corrida; ansiosos de quemar, sin etapas, una existencia sin horizontes.

Al parecer la Policía uruguaya recibió desde Buenos Aires, entre el 26 y el 28 de octubre, un pedido de captura, con fotografías de los cuatro maleantes. Estos habrían ingresado a nuestro país con las complicidades habituales del hampa, en especial de contrabandistas, expertos en el uso de lanchas para cruzar el río. A ellos se agregan los habituales proveedores de “aguantaderos”, cotizados a precio de oro. Un medio rebosante de informantes de la Policía. Una Policía que, puede suponerse, desde el primer momento, supo casi todo y comenzó a vigilarlos a distancia.

El día 30 de octubre se denunció un asalto a una carnicería en Las Piedras. Los asaltantes se llevaron $ 100.000. Las víctimas del atraco reconocieron como autores del mismo a los porteños requeridos, Dorda y Malito. ¿Qué se hizo del botín de San Fernando? ¿O no pueden escapar a una conducta compulsiva? Estimaciones posteriores hablan de que el botín puede habérsele esfumado pagando la huida de la Argentina, la falsificación de documentos, orgías costosas a las que eran particularmente afectos, así como propinas desmesuradas que alertaron a las autoridades policiales. Se recuerda que al dueño de una rotisería por una compra de $ 80, le pagaron con $ 500 y el vuelto se lo dejaron al mozo. Por el apartamento de Centenario hicieron un depósito de $ 11.000 y dejaron $ 4.000 en Sudamcar donde alquilaron un Volkswagen, utilizando documentos de identidad falsos.

La mañana del 3 de noviembre, señaló el comienzo de una serie vertiginosa de sucesos insólitos y sangrientos. A las 7 y 30 de la mañana, un Volkswagen aguardaba, estacionado junto al Canal 12 y frente a una panadería. Dos personas eran sus ocupantes. El barrio tenía el movimiento normal: gente que va a trabajar, escolares que van a la Enriqueta Compte y Riqué. Llegó otro coche, con otros dos. Bajaron y les entregaron a los del VW chapas de matrícula de automóvil. Ante la vista de todos los transeúntes, procedieron allí mismo a cambiar las chapas de identificación del VW. Luego, vuelta a esperar, fumando tranquilamente. ¿Preparaban otro asalto? Su comportamiento sospechoso, hizo que alguien llamara a la Policía. Dos funcionarios se acercaron al vehículo. Uno de los sospechosos desenfundó su arma, desarmó al agente Cancela Britos y, sin más trámite, le disparó dos balazos en el pecho. El otro policía, recuperándose del sorpresivo ataque, la emprendió a tiros contra los ocupantes del VW, hiriendo a uno de los maleantes, que lograron escapar.

El asesinato de Cancela Britos señala el punto de inflexión con relación a la actitud de la Policía. A partir de este momento se puso en marcha un enorme operativo para capturarlos.

A pocas horas del trágico suceso de Arroyo Seco, la Policía allanó el lujoso apartamento de Centenario y Avda. Italia. Por otro lado se encontró al VW: en su interior, manchas de sangre. El automóvil había sido alquilado a nombre de Carlos A. Raffo. Se comprobó que el documento era falso: Raffo es Marcelo Brignone. Trascendió que existían noticias en cuanto a que, a ese apartamento “concurrían a celebrar orgías con mujeres, cuatro pistoleros argentinos”.

Es el inicio de la cacería implacable: uno de los rasgos llamativos es que, al parecer, los delincuentes escapan, en todos los casos, apenas minutos antes de la llegada de la Policía.

El 4 de noviembre transcurre con intensas batidas de la Policía en diversas zonas balnearias del departamento de Canelones. El alerta máximo fue cursado en el ámbito de todo el territorio nacional. Se controlaban las fronteras. Se sospecha que intentarían fugar hacia el Brasil. Todo en vano.

El sepelio del policía muerto, abrió un paréntesis. Su finalización, fue la señal para la puesta en marcha del operativo final.

Desde la Seccional 14ª, donde revistaba el infortunado Cancela Britos, parten las distintas actuaciones. La policía comenzó a golpear en direcciones de contrabandistas y otros hampones, de quienes se presumía, su colaboración con los pistoleros argentinos. Con el Jefe de Policía, Cnel, Ventura Rodríguez, al mando directo de los procedimientos, con doce patrulleros, varios jeeps, brigada de gases de la Metropolitana y fuerzas de choque, realizaron un espectacular procedimiento en San Salvador y Joaquín de Salterain. Allanaron un apartamento cuyos ocupantes habían estado allí hasta poco antes: la comida recién servida, humeaba sobre la mesa y una Colt 45 apareció abandonada, denunciando una huida presurosa.

A esta altura, la Policía supo que el delincuente herido en el enfrentamiento del 3 era el uruguayo Yamandú Raimón Acevedo. En su domicilio, solo encontraron a su hermana y a su “bella compañera”: hace días que no saben nada del prófugo. A partir de Raimón, herido gravemente, se tiran distintas líneas. Se sabe que con él anda la hermana de Arcel Martínez (a) “Tito”, un estafador uruguayo. Otro probable colaborador es el contrabandista Bernardo Guillén o Eguilein (a) “Nando”: la policía allana su apartamento en la calle Hocquart. Nada. También desaparecido el contrabandista Omar Blasi Lentino: la Policía considera que es el principal encubridor y que podría haberles proporcionado un “enterradero” en Atlántida u otro balneario de los alrededores.

No había dudas: el bajo mundo estaba sufriendo los efectos del terremoto policial. Los procedimientos abrían ancho cauce a la delación.

El día 5, la Policía tenía la convicción de que los pistoleros se habían separado para intentar burlar la persecución: Dorda, Mereles y Brignone con Eguilein, por un lado; Malito, el jefe por otro; y en un tercero, herido, Raimón.

Los teléfonos de Jefatura no cesaban de recibir informaciones “anónimas”. Los informantes habituales eran requeridos con insistencia. Los “amigos” de los uruguayos identificados, gente del “ambiente” (caso de los hermanos Scutari), son buscados y, en general, desaparecían, “enterrándose”.

Las horas eran desesperadas. Para todos. Especialmente para los pistoleros argentinos: la búsqueda alucinante de un buen “aguantadero”, en definitiva, los hizo caer en las redes policiales. Los hechos son confusos y, tal vez, nunca se conocerán con exactitud.

LIBERAIJ: EL REVES DE LA TRAMPA

Oficialmente, la Policía explotó “la fuente inagotable de informaciones” que se cosechan en la ambigua vida nocturna – whiskerías, dancings, timbas – y supo con certeza, que los pistoleros argentinos, por intermedio de una joven que “trabajaba” en el ambiente, procuraban conseguir un buen “enterradero”. Las tratativas desembocaron en personas que poseían el apartamento 9 del Edificio Liberaij de Julio Herrera y Obes 1182. Otras versiones ratifican estas líneas generales, pero agregan que “esas personas” estaban, a su vez, relacionadas con la Policía... que el apartamento era un “bulín” de amigos de un alto jerarca de Jefatura...

Parece evidente que, cualquiera fuese el camino, la Policía tuvo, con anticipación, informaciones en cuanto a que todos o algunos de los delincuentes buscados se instalaban en el Liberaij. Una ratonera perfecta. Claro está: si se armaba bien, con la Policía esperando dentro; sorprendiendo a los malhechores. Pero se armó al revés, confiando en que sabiéndose rodeados se entregarían sin oponer resistencia. Por el contrario, los tres pistoleros, desesperados, se enfrentaron a balazos con la Policía desde las 22 y 30 del viernes 5 de noviembre hasta las 13 y 30 del día siguiente, en que la evitable “batalla” del Liberaij, terminó sangrientamente. La particular disposición del apartamento se convirtió, lamentablemente, en un elemento casual a favor de los delincuentes, y por lo mismo, en un verdadero calvario para las fuerzas policiales.

Dos funcionarios policiales fueron abatidos: el Comisario Washington Santana Cabris y el agente Aranguren; cuatro más, heridos. Cuando las fuerzas policiales lograron entrar al devastado apartamento, Dorda y Brignone estaban muertos; Mereles agonizaba luego de recibir una última ráfaga, disparada por el Cte. Pascual Cirillo, 2º Jefe de la Guardia Metropolitana. Malito había logrado hacerse “humo” una vez más.

En un ambiente de confusión y nerviosismo generalizados, el Jefe de Policía “pedía calma y sosiego para la labor de la Justicia”. Visiblemente alterado, pedía tiempo para meditar y expresaba la pena profunda por la memoria de sus compañeros muertos.
“Yo le dí el último puñetazo” [a Mereles] – dijo, y levantó ante la muchedumbre su puño derecho manchado de sangre, en un gesto que sorprendió desagradablemente y fue duramente criticado en distintos ámbitos.

Atrás quedaba una jornada de pesadilla. Una madrugada lluviosa; el calor húmedo, pegajoso. Las carreras. Los gritos. Las intimaciones. Los insultos. El tiroteo infernal, alternado con momentos de ominoso silencio, en la tensa espera de una rendición que no se concretaba; las penosas operaciones (que incluyeron el uso de gases lacrimógenos, practicar boquetes en paredes y planchada del apartamento sitiado, empleo de granadas de fragmentación , la participación muy efectiva de Bomberos, etc.) para reducir a los criminales que, por oscuras razones del mundo del hampa, estaban dispuestos a morir matando.

Montevideo atónito: una situación insólita para nuestra, felizmente, modesta crónica roja. En la cuadra donde está enclavado el edificio, maremagnum de policías, bomberos, periodistas, fotógrafos y camarógrafos que filmaban para los canales de televisión, mezclados con gente que, inconscientemente “curioseaba”. (Técnicamente la televisión no podía, en la época transmitir en directo. Las imágenes “muy crudas”, para la sensibilidad de la época, recién se exhibieron en los informativos de la noche del 6). Un increíble ambiente de feria en los alrededores de la zona, pese a las exhortaciones y acciones de las autoridades; con venta de refrescos y otras vituallas, en la esquina de Julio Herrera y Obes y Maldonado, mientras a pocos metros “mordía” la bala. Un escenario casi surrealista, magistralmente recreado en el relato de Eduardo Galeano “Los fantasmas del día del león”. Otra faceta insólita del acontecimiento: a causa del episodio del Liberaij , Montevideo estuvo a punto de quedarse sin su sacrosanto fútbol de fin de semana. Dos de los jueces designados para arbitrar en Primera división, eran policías que estaban de servicio en el operativo. Si este no hubiera terminado a tiempo...tal vez la AUF hubiera suspendido los partidos.

Después, el morbo popular, generosamente alimentado por la prensa sensacionalista: el lunes siguiente, a las 22:45 se advertía una cola desde Soriano a Maldonado, de montevideanos curiosos que aguardaban pacientemente para visitar el lugar de los hechos.

Pasada la conmoción inmediata, llegaron los coletazos del episodio. EL 9 de noviembre, en una conferencia de prensa, la Policía confirmó que ella misma armó la trampa, señalando los errores que costaron vidas y amenazaron a otras (en primer lugar, la de los vecinos del edificio que la pasaron muy mal). En el apartamento no apareció el dinero robado. ¿Dónde quedó, si es que les quedaba algo? ¿Lo quemaron? ¿O solo quemaron el mobiliario para contrarrestar el efecto de los gases? Tampoco aparecieron armas pesadas (metralletas) ¿Las tenían? ¿ Se las quedó la Policía “para el museo policial, como se afirmó en distintas versiones? A pesar de su comportamiento demencial, aparentemente en el apartamento no se encontraron drogas ni alcohol. Unicamente botellas de un “conocido refresco”...

Hacia fines de noviembre, trascendió que en Buenos Aires se había “suicidado”, cercado por la policía en una azotea, el astuto y escurridizo Enrique Mario Malito. ¿Cómo logró escapar del Uruguay? ¿Por qué volver a la Argentina, para caer cometiendo robos de poca monta?

En diciembre, el Jefe de Policía renunció. El Cnel. Ventura Rodríguez quedó con su alma lacerada para siempre por los luctuosos acontecimientos, de los que se consideraba responsable. El resto del mando policial, solidarizándose, anunció también su renuncia.

En la prensa se editorializaba generosamente, de acuerdo con la óptica general de cada medio, pasando del hecho puntual a la problemática del país, las huelgas, la represión etc., mientras en el Consejo Nacional de Gobierno se “exaltó la conducta y la heroicidad policial”. En “Marcha”, Quijano escribió: “Todo esto pudo y debió evitarse en homenaje al país, a la justicia y a los propios funcionarios que se expusieron a morir y murieron.”

A esta altura, el esforzado lector tal vez se esté formulando muchas preguntas. Por sí mismo, construirá una larga lista de interrogantes, para los que, tal vez, no existan respuestas. El autor de estas líneas únicamente intentó recordar – en la medida de lo posible - los hechos y (casi) nada más.

Como dijo el Canario Luna: ¿Te acordás de los porteños, ocupando el Liberaij?...

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