martes, 14 de julio de 2009

Del pasado efímero - El presidente hace política partidaria

El balazo que el Teniente Ortiz le disparó al tirano Máximo Santos fracasó en su intento de eliminarlo pero , uniéndose a otros factores, aceleró el fin del régimen despótico , a través de una transición, augural de muchas otras que vendrían después. Santos había gobernado con el apoyo del ejército y de una fracción del Partido Colorado. Al revés de su antecesor , el austero Cnel. Latorre, no generó entusiasmos en el sector empresarial. La mayoría de estos eran extranjeros que ya se habían dado por satisfechos por lo hecho a su favor por Latorre y estaban un poco cansados del peculiar estilo de gobierno de su sucesor.

La transición , representada por la figura de un general de fachada, Máximo Tajes (ex amigo y colaborador de Santos, con cintura suficiente como para acomodarse a los nuevos tiempos), pero efectivamente manejada por el colorado anti-santista Julio Herrera y Obes, significó la apertura del camino para que los civiles volvieran a manejar el estado a través de la Constitución de 1830. Vale decir, se vuelve al civilismo pero este no tiene nada que ver con la democracia política en el marco de las disposiciones constitucionales creadas por el viejo patriciado oriental. Justamente, Julio Herrera y Obes es un epígono crepuscular de ese patriciado. Un poco trasnochado, en el sentido que el patriciado se ha empobrecido y no controla ya los resortes de la vida económica del país. Esa vida económica es dirigida desde Londres. Los gobernantes uruguayos en buena medida no pueden aspirar a mucho más que el ser gerentes de la gran estancia con puerto que es el Uruguay. Julio Herrera y Obes lo sabía y ,en su orgullo de patricio, sufrió mucho por ello.

Julio Herrera y Obes, ex principista, anti santista, llega al gobierno, como dice Zum Felde, con la “banderita colorada al tope”. En su concepción, el Partido Colorado debe perpetuarse en el gobierno, y dentro del partido, su sector. Con un patricio desprecio por la gente del pueblo, piensa que el Presidente no solo debe gobernar, sino además influir decisivamente en la vida política y especialmente en el momento de las elecciones, donde debe cerrarle el paso a la posibilidad de que acceda al gobierno la colectividad rival, a la que se considera un símbolo del atraso bárbaro: los blancos.

La “influencia directriz”.

Es así que en l893, en un mensaje a la Asamblea General, Julio Herrera y Obes, justifica la intervención del presidente en la vida política y electoral. Nace así la teoría de la “influencia directriz”. En buena medida esta teoría es consustancial a un régimen presidencial fuertemente personalista. Pero de allí en más, con diferentes matices, será una piedra angular de la política llevada adelante por todos los presidentes colorados. “Es indudable que el gobierno tiene y tendrá siempre y es necesario y conveniente que lo tenga, una poderosa y legítima influencia en la designación de los candidatos del partido gobernante, y entonces de lo que puede acusársele es del buen o mal uso que haga de esa influencia directriz, pero no de que la ejerza, y mucho menos podrá decirse racionalmente que el ejercicio de esa facultad importe el despojo del derecho electoral de los ciudadanos”, explicaba Don Julio a los parlamentarios.

De la teoría a la práctica había un abismo. Irradiando desde el Señor Presidente, transmitiéndose a través de los Jefes Políticos y de Policía, llegando a caudillos, caudillitos, matones a sueldo en Montevideo y otros pueblos, de lo que se trataba era liquidar todas las posibilidades de la oposición blanca o del Partido Constitucional ( en teoría, pues era un grupo de elites urbanas y que además se autodisolvía con suma facilidad), por medio de la prepotencia y el fraude.

El fraude es lo dominante. La prepotencia oficial se despliega en forma insolente. En las elecciones de 1893 Montevideo amaneció convertido en una plaza de armas. Cada mesa de votación parecía un reducto militar. Había que animarse a ir a votar, con sufragio público, frente a una guardia militar y a los matones del Partido colorado.

Dice Eduardo Acevedo, que en los departamentos de campaña, donde quiera que había lucha, como en Cerro Largo, la policía y los piquetes militares se encargaban de allanar el camino a los candidatos oficiales. Siempre se cita el telegrama que el Cnel. Manuel Islas envió desde Trinidad: “Una vez más, en lucha de uno contra cuatro, y llena de dificultades triunfó la lista del Partido Colorado.” El coronel no tenía empacho en confesar que un voto oficialista valía más que cuatro votos de los blancos. De este modo era seguro el triunfo de los candidatos de la “colectividad” del Señor Presidente. A la larga, también era segura la reacción de todos los estafados por este procedimiento. Es así que el Partido Blanco deberá recurrir a la revolución armada para poner fin a éste injusto y arbitrario régimen político apadrinado desde el sillón presidencial.

En Minas el café estaba “frío”.

A título de sabroso ejemplo de estas prácticas corruptas siempre se recuerda el episodio del “café frío de Minas.” A pesar de que Julio Herrera y Obes hablaba de su rectitud y de su alto espíritu político, cuando llegaban las elecciones aprobaba todos los procedimientos posibles para asegurarse el triunfo, por tortuosos que ellos fuesen. Es así que en la elección para Senador por el Departamento de Minas ( así se llamaba el que ahora es de Lavalleja), al encontrarse con resistencias para hacer triunfar su candidato dio la luz verde para que los funcionarios policiales, teóricamente inhabilitados de participar activamente en política, dieran vuelta la situación.

La mayoría del Colegio Elector de Minas, había proclamado la candidatura del general Pedro De León, quien no era del gusto del Presidente. Para impedir su triunfo envió una comisión presidida por el general Ricardo Estevan. Uno de los titulares del Colegio, Arturo García, trabajaba en un café de la ciudad. En ese café el gral. Estevan promovió un tumulto con el pretexto de que estaba fría la taza de café que le había pedido a García. Este, por su parte, argumentaba que era imposible , pues el café estaba hirviendo. En la discusión, se pasa a los insultos, forcejeos y puñetazos. Entra la policía ( previamente advertida de que iba a armarse lío) y se lleva preso al pobre Arturo García. Automáticamente se le suspendieron todos sus derechos políticos. Ante semejante atropello, otro de los titulares del Consejo se abstuvo, comprensiblemente, de concurrir y la minoría convocó a los suplentes quienes no tuvieron ningún problema para votar por el candidato oficialista que era Prudencio Ellauri. La mayoría del Colegio elevó una protesta ante el Senado. El Jefe Político de Minas, Cnel. Salvador Larrobla dijo que lamentablemente, la policía no sabía que García fuera integrante del Colegio Electoral y qué lástima, que recién al día siguiente se enteraron, cuando ya era tarde para que el aporreado mozo pudiera ejercer sus derechos políticos.

La larga vida de la “influencia directriz”.

La “influencia directriz” de Herrera y Obes, continuada por alguien mucho menos hábil y mucho más corrupto, como lo fue Juan Idiarte Borda, trajo la revolución de Aparicio Saravia de 1897, bajo el lema de “Por la Patria”. La idea , sin embargo, se irá metamorfoseando, ( por ejemplo, José Batlle y Ordóñez, que manipulaba duramente las elecciones, hablará de la “influencia moral” del gobierno) y llegará a ser casi consustancial del ejercicio de la Presidencia de la República. Como, hasta ahora, nuestro ordenamiento constitucional prohibe la reelección, el titular del Ejecutivo, busca por todos los medios(legales y de los otros) de perpetuar a su Partido y a su sector, apadrinando a sucesores confiables, mientras que de paso cañazo lanza ataques indiscriminados contra los que le pueden disputar el gobierno, sin cuidarse de respetar escrupulosamente las disposiciones constitucionales. Antes lo hacía desde los periódicos, los boliches, los “cluses” donde se concentraban “taitas” a sueldo; ahora, con mayores resonancias, desde la radio y la televisión.

Bibliografía de referencia:

Eduardo Acevedo Anales Históricos del Uruguay Tomo IV

Alberto Zum Felde Proceso Histórico del Uruguay

W.Reyes Abadie Julio Herrera y Obes, el primer jefe civil

José de Torres Wilson Caudillos y partidos políticos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario